¿Alguien sube, acaso, una montaña? En el sur de Oaxaca Rivera Garza sube la montaña, se abre paso entre la niebla, entre los pinos, busca, esconde, hace lo que puede para dar con una estela de Rulfo: el escritor, el etnógrafo, el antropólogo, Rulfo el que pisotea la tierra y encuentra en ella los huesos hablantes de la montaña. Mi amigo Roque subió una montaña. Gente de llanura arrojada a las fauces de las divinidades, eso somos con él. La pampa es eso, un golpe de suerte en un naufragio. En una foto está haciendo equilibrio sobre una roca o sobre las vías del tren ¿Hace equilibrio? Tal vez no. Recuerdo otra foto de alguien que no conozco con su perro subiendo montañas en los Andes, sonriente, una de tantas montañas que subió y bajó, bajó y subió. ¿Qué busca el hombre en las montañas?¿Reparos?¿La vista de unos dioses enrevesados? Quien sabe.¿Que buscaba Rulfo?¿La modernidad?¿La fatalidad de la humanidad? Solnit tiene unos textos hermosos sobre caminar, sobre subir y bajar, sobre el frenesí de nuestra vida, sobre vaya a uno a saber que. Rulfo es la pregunta escondida en la literatura latinoamericana, es la esfinge que juega con nosotros, que se esconde en algún lugar. Ahí en el límite de la literatura latinoamericana está Rulfo que dejó de escribir porque ya había escrito todo.
En Autobiografía del algodón Rivera Garza recorre el otro extremo de Mexico, busca en esa tierra extraña y árida por momentos un esfuerzo sobrehumano por la modernización. Un México esquivo, cercano a Estados Unidos y alejado de todo. En esa tierra norte donde la modernización de México se llevó a las patadas con la vida, a salto entre una frontera y otra. Rivera Garza sube, baja, se mueve, se diluye. Es y no es. Está ahí, en ese límite donde nadie puede resistir tanto tiempo. La única vez que estuve ahí vi en esa aridez una cascada, una cueva con estalactitas y un frío que calaba los huesos. No recuerdo mucho más. Me imagino despertando en el frío del desierto con la esperanza de cavar tan profundo para no encontrar nada. Un mapa no es una geografía.
Hay otro libro más íntimo, más propio. Rivera Garza sigue la tragedia de su hermana, su memoria, su asesinato. El asesinato de una mujer joven en Mexico. Un feminicidio en épocas donde esa palabra no existía. Recupera a Liliana, su hermana, le da forma a un recuerdo, a un dolor, a una tragedia, a una muerte, a todas las muertas. Rivera Garza se mueve, así como en Oaxaca intentó dar con Rulfo lo hace pero con su hermana. Su Comala. Su Luvina. Recorre expedientes, llora en silencio, ve la tragedia llegar y alejarse, casi como la respiración de un cuerpo. Ve a la ciudad latir, la ve morir y la ve engendrar los monstruos tenebrosos que la corroen. Narra, lee, revive a su hermana para siempre. Un espectro que habla como si hubiera invocado a Rulfo.
En un recorrido de sur a norte Rivera Garza se busca, en cada imagen termina inerte, precisa, mirando la nada misma que es también una forma de mirarse. Se ve a sí misma y nos ve a todos. Busca en el horizonte un lugar oculto y lo vé, pero solo ella es capaz de hacerlo, no puedo narrarlo, solo nos da indicaciones. Hace de una memoria una voz, aunque parezca esquiva a lo lejos. Y ahí, en ese juego de espejos que es todo y nada se detiene y nos ve, como lo hizo Rulfo con el pueblo Mixe, nos ve a lo lejos, como niños subiendo una montaña y no nos puede decir nada, solo nos ve, ella sigue en su búsqueda, tan propia, tan ajena, tan lejos de la nuestra pero tan cercana.
Y vuelvo a la montaña solo para preguntarme si habrá descendido de esa montaña Rivera Garza o sigue ahí, metida en el viento que lleva la muerte y la vida consigo.
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